Conciencia,
sincronización,
precesión de fase
y fase geométrica...
Leía hace unos días un breve pasaje de Geidar Dzhemal en
torno a la diferencia entre conocimiento e información.
En ella, el autor ruso invocaba la inviolabilidad que aún tenía la
conciencia de los obreros en la época de Dickens, que,
"volvían a sus casas a dormir
y en la noche encontraban el camino de vuelta a su corazón".
Para Dzhemal, como para tantos otros, la sociedad de la
información, que tiende a abolir la diferencia entre lo interno y lo externo,
destruye así los últimos baluartes defensivos de nuestra "fortaleza
interior".
No es fácil desestimar este tipo de lamentos, cada vez más
habituales, ya que la invasión de la conciencia por las nuevas tecnologías, con
su incontenible diluvio de trivialidad, no es un aspecto menor, sino tal vez el
más notorio de nuestra época.
Sin embargo se puede estar seguro de que, mientras alcancemos el estado de
sueño profundo todas las noches, aún no hemos olvidado el camino de vuelta;
sólo la vigilia tiende a alejarse de ese estado fundamental, y ello ya por su
misma naturaleza, con independencia de lo invasivas que sean nuestras
tecnologías.
¿Y qué es lo más característico del estado de sueño profundo, tan
imprescindible para la vida como dado por supuesto?
El equilibrio o indistinción entre lo interno y lo externo,
precisamente.
Tenemos entonces una doble paradoja, si así queremos llamarlo:
los estados de vigilia o sueño con
ensueños existen por una suerte de desequilibrio o equilibrio dinámico, y el
hecho de que este equilibrio dinámico no se perciba conscientemente estando
despiertos hace más necesario el retorno a la inconsciencia como única forma de
experimentar cierto estado de reposo.
Dzhemal opone el conocimiento como "comprensión del yo"
a la información como reconocimiento, igual que contrapone una verdad interior
"auténtica" a una verdad externa meramente operativa; y esto también
parece admisible y entendible.
Pero si no queremos que, no ya nuestra idea de la verdad, sino
incluso la misma sensación de realidad se bata en retirada, es
nuestro reconocimiento el que debe avanzar:
reconocimiento de nuestra
proyección en el mundo, y reconocimiento de la acción del mundo en uno mismo
anterior a esa comprensión del yo que autores como Dzhemal reivindican.
En definitiva,
la conciencia entendida como último
reducto siempre tiene las de perder, su tesitura está hecha para las derrotas
heroicas.
Lo que puede darle su encanto en un mundo donde prima el éxito
irreflexivo, pero eso no es suficiente; las perspectivas de éxito o
derrota tendrían que ser completamente secundarias respecto a nuestra
apreciación de la realidad.
La conciencia como sistema de navegación
Pocas cosas más curiosas que el intento de las ciencias analíticas por acotar
la conciencia, o, ante lo prohibitivo de esta tarea, los correlatos neuronales
de las diversas actividades con un componente "cognitivo".
El problema es que pueden encontrarse todo tipo de correlatos
neuronales que encajen en un modelo cognitivo sin que la actividad objeto de
estudio requiera en absoluto que tenga lugar la cognición, salvo en el más
trivial de los sentidos:
capturamos una pelota alta no
mediante algún tipo de predicción o cálculo de trayectoria, sino moviéndonos
simplemente de forma que se mantenga el mismo ángulo - sin pensar siquiera en
ello.
De forma nada sorprendente, la explicación más simple es la que
tiene siempre más implicaciones, que afectan incluso a la naturaleza misma del
cálculo diferencial, pero no vamos a volver sobre cosas ya tratadas.
Una de las revelaciones de los últimos tiempos en las ciencias neurocognitivas
es el fenómeno conocido como precesión de fase:
un adelantamiento progresivo en el
disparo de las neuronas del hipocampo relacionadas con la memoria espacial.
Dicho fenómeno se apreció primero en ratas de laboratorio y
murciélagos, y sólo recientemente se ha verificado en los seres humanos.
Hoy se especula sobre si no será la clave de un "código
universal" del cerebro humano más
allá de tareas específicas, ya que también se ha detectado en otras áreas
cerebrales y en relación no sólo con la auto-ubicación en el espacio sino
también con el procesamiento de sonidos y olores, el aprendizaje y la
organización de la memoria a largo plazo - entrando de lleno en lo que se
consideran funciones superiores.
En un artículo reciente se
habla de estos procesos como de una "negociación humana con su
ambiente".
En espera de que se confirme la universalidad del fenómeno, Josh
Jacobs procura imaginar aplicaciones:
"Entonces, podemos comenzar a
comprender mejor cómo puede usarse este mecanismo de codificación neuronal para
interfaces cerebro-máquina, y para la estimulación cerebral terapéutica".
No podía esperarse menos.
Buscando otra profundidad teórica, cabe observar que si la precesión
de fase es de gran relevancia no es tanto porque pueda mostrar algún
tipo de "código universal" específico sino porque es una expresión
más de un problema muy general pero insuficientemente apreciado: la necesidad
de la asincronía local en el procesamiento de la información.
Lo que justamente nos indica la precesión de fase es la
importancia de la sincronización en las actividades del cerebro: pero si esta
sincronización no fuera activa tampoco habría actividad propiamente dicha.
Por ejemplo, en las CPU ordinarias las operaciones están sometidas
a un ciclo de reloj que ya implica una sincronización global, un principio de
organización que gobierna los resultados de las partes; esto es sincronización
pasiva, diseñada desde arriba.
En el cerebro no hay "sincronizador global", ni en las moléculas, ni
en la Naturaleza en general.
Sin embargo, como notó en su día Koichiro Matsuno,
las leyes de la física sí implican una sincronización global, de la mano
del tercer principio del movimiento de Newton, que da por hecho la
simultaneidad de la acción y reacción.
De este modo la transmisión de señales, y por tanto de
información, pierde toda relación con el tiempo local y su contribución a un
tiempo global interno.
Dicho de otro modo,
el tiempo absoluto Newtoniano es
externo y metafísico, pero ni la relatividad, ni la mecánica quántica, ni la
entropía tal como se interpreta en la mecánica estadística y la teoría de la
información, modifican el concepto atemporal de
interacción.
Así el rol activo que pueda tener la asincronía local para
construir un tiempo interno global se evapora, y nunca se puede recuperar de forma
apropiada si no encuentra cabida al nivel de los principios.
Por supuesto, no se puede esperar que disciplinas muy recientes y derivadas
como las neurociencias enmienden la plana de otras mucho más generales y
antiguas como la física, pues no es así como funcionan las cosas.
Y sin embargo permanece el hecho elemental:
para igualar algo primero tiene que
haber desigualdad...
Las disciplinas derivadas se contentan con hablar de tiempos
críticos de acción o de estímulo; por ejemplo, para Arthur Winfree,
el gran pionero en el estudio de la resonancia y la sincronización en biología,
una "singularidad de fase" era el tiempo de estímulo durante el cual
no es posible asignar fase a un proceso.
Para adquirir otra perspectiva tendríamos que poder encajar los tiempos
críticos de las ciencias descriptivas dentro de los principios fundamentales de
la física.
En "Espíritu del Cuaternario"
ya hablamos del tema, pero la precesión de fase nos permite contemplarlo desde
otros ángulos.
Por supuesto, nunca vamos a encontrar una forma de darle
"sustancia" física al paso del tiempo porque seguramente no puede
dejar de ser una sensación subjetiva e interna a la conciencia.
De hecho, si la precesión de fase parece tan importante en la
secuenciación de la memoria, bien podría ser porque ella misma contribuye de
forma clave a crear nuestras nociones de espacio, tiempo y causalidad - siendo
la causalidad sinónimo de ordenación espacio-temporal.
Esto no quiere decir meramente que nuestras ideas al respecto se
reduzcan a determinados procesos neurológicos, porque esas ideas ya son la
manifestación interna más específica de un perfil temporal explícita e
implícitamente planteado como externo, pero en el plano de la medida o
mediación.
Por lo demás, y desde el punto de vista más inmediatamente externo, si es que
aspiramos a una perspectiva más o menos completa nunca debería perderse de
vista el planteamiento ambiental o post-cognitivo de James Gibson:
no tiene sentido especular sobre
qué hay en nuestra cabeza sin ponderar en qué está nuestra cabeza metida.
Pero aunque Gibson fue un empirista radical, no dejó de insistir
en que lo más directamente relevante del entorno no son las formas o los
colores sino las invariantes, que no operan a un nivel matemático abstracto
sino con una irreducible efectividad.
La citada invariancia del ángulo o "cancelación óptica"
a la hora de capturar la pelota propuesta por McBeath, esa forma de
"hacer cálculo sin cálculo" que todos tenemos sin saberlo, está
claramente inspirada en la psicología poscognitiva de Gibson.
Este ejemplo muestra, por añadidura, que incluso el empirismo radical puede
conectar directamente con la matemática, y lo que aún es más importante, lo
hace de una forma opuesta al enfoque computacional que trata de reducir
cualquier proceso a cálculos dentro de una métrica y su álgebra.
Lo que nos permite "invertir" la perspectiva sin forzar
nada en realidad, puesto que es el cálculo humano el que ha forzado los datos
en su propio lecho de Procusto.
Parece evidente que una precesión de fase como la que se produce en los
disparos de neuronas en el hipocampo u otras áreas no tiene nada que ver con la
llamada "fase geométrica" que se presenta en multitud de sistemas
físicos, salvo por el mero hecho de afectar a fases y potenciales; además la
primera nos habla de una anticipación, mientras que la segunda suele implicar
un potencial retardado.
Sin embargo ambos fenómenos, de estatus todavía problemático,
comparten como denominador común el problema de la asincronía local previa a
las exigencias del sincronizador global.
La fase geométrica, por lo demás, no se limita a dar una "curvatura
suplementaria" a sistemas cíclicos, adiabáticos y conservativos como se
supone que son los de la óptica, área en la que se descubrió, sino que también
puede darse en sistemas no cíclicos y disipativos, como los biológicos, y en la
propia locomoción animal - su propio género de universalidad ha hecho de ella
un aspecto importante de la robótica y la más reciente teoría del control.
Y aunque a menudo se presente, erróneamente, como privativa de los
fenómenos de interferencia de la mecánica quántica, lo dicho evidencia que
puede presentarse a cualquier escala suponiendo un elemento de continuidad en
la transición de escalas y dominios físicos diferentes.
Aunque no parece haber sido objeto de estudios específicos, la memoria de fase
debería poder estudiarse en sus ciclos de percepción y acción en movimientos
rítmicos coordinados, tal como el famoso modelo Haken-Kelso-Bunz u otros
parecidos adaptados específicamente a este propósito.
Y es que a la fase geométrica se la denomina así por reflejar la
geometría del ambiente y la incidencia de aspectos no dinámicos (descritos a
menudo como "información") en la evolución dinámica global -
"cambio global sin cambio local".
No hace falta recordar que la dinámica se refiere a las fuerzas,
mientras los potenciales se refieren a la posición.
Pero lo que la fase geométrica exhibe, ya desde los primeros casos de estudio
con partículas polarizadas, es la orientación global o "interna" del
sistema, que sin embargo ha quedado fuera de su descripción dinámica
"externa", necesariamente cerrada.
Y el hecho de que esta cuestión se presente a cualquier escala y
en todo tipo de sistemas sólo le añade interés.
La fase geométrica hoy se concibe como un suplemento para la dinámica pero en
realidad también permite modificar las mismas leyes del movimiento y su
sentido; y así hemos hablado de un "cuarto principio" e incluso de
"tres principios y medio", aunque basta con tres principios consecuentemente
articulados.
La física y la mecánica recortan el sustrato natural básicamente a través del
primer y el tercer principio.
El principio de inercia, que para no ser puramente ideal sólo
puede concebirse con una bola que rueda, demanda "un sistema aislado que a
la vez no esté aislado"; y el principio de acción y reacción, una
simultaneidad en la dinámica que es en el mejor de los casos metafísica.
En una mecánica relacional, como la que introdujo Wilhelm Weber o
ha reivindicado Assis, el principio de equilibrio dinámico sustituye al
principio de inercia, mientras que el tercer principio adquiere un sentido
completamente diferente al depender del potencial.
El principio de equilibrio dinámico tal como lo formula Assis dice que la suma
de todas las fuerzas de cualquier naturaleza actuando sobre cualquier cuerpo es
siempre cero en todos los sistemas de referencia.
Por otra parte, el cumplimiento del tercer principio en la
mecánica relacional implica los llamados "potenciales retardados"
similares a la fase geométrica - pero se entiende que sólo son retardados con
respecto al sincronizador global implícito en la mecánica newtoniana y sus
herederas.
Es perfectamente lícito pensar que tendría que ser al contrario:
si existe la sincronización global,
debe ser ajena a la dinámica, pues toda interacción requiere tiempo.
Se piensa que la fase geométrica o el potencial retardado son pasivos
con respecto a las fuerzas, pero una correlación simultánea nunca puede ser
reactiva con respecto a algo a lo que le lleva tiempo cambiar, sino al
contrario.
Esto tiene infinidad de implicaciones que ni siquiera hemos empezado a extraer.
Para empezar, no existen fuerzas ciegas en la Naturaleza,
porque ni siquiera existen fuerzas de naturaleza constante:
el feedback está incorporado
"de fábrica" incluso en las órbitas de los electrones, en cualquier
extensión del viejo problema de Kepler...
Decir que Newton explicó las trayectorias
elípticas de los planetas es, en el mejor de los casos, un mero recurso
didáctico.
Los potenciales retardados nunca son un "bucle trivial", incluso si
no parecen añadir nada a la conocida solución de una ecuación diferencial, como
en el problema de Kepler.
En realidad estas ecuaciones, desde un punto de vista puramente
descriptivo, no son realmente diferenciales ni definen estrictamente la
conservación local, sino que la descuentan siempre a partir de la conservación
global, de manera que la sucesión local del tiempo se deduce de la condición
general y no al contrario como se supone.
Ya hemos hablado repetidamente de esta inversión radical que conlleva el cálculo estándar y de algunas de las posibles
alternativas.
Pero el cálculo mismo, no menos que los principios de la mecánica,
vela el problema de la sincronización y la relación entre el tiempo global y el
local, del que hemos derivado nuestra presente idea de universalidad.
Volviendo a los tres principios del movimiento, sin la citada
modificación del primer y tercer principio, e indirectamente del segundo,
cualquier proceso de sincronización gira sin tracción como una rueda en el
vacío.
A esos es precisamente a lo que la física ha querido reducir la
Naturaleza.
Se advierte ahora que el cerebro tiene un "sistema de
navegación" mucho más "sofisticado" que los creados por el
hombre, pero,
¿En qué consiste propiamente dicha
"sofisticación"?
¿Acaso no hay algo más fundamental
que la complejidad de las conexiones neuronales?
Estado actual de las ciencias
Hablar de las relaciones entre ciencia y poder resulta de mal gusto, un poco
como hablar de dinero o de política en la mesa; pero es que en la
ultra-burocratizada ciencia actual ya no hay otras relaciones que esas.
Lo que hoy suena ridículo es plantear la relación entre
tecnociencia y verdad.
Otra cuestión de la que apenas se habla es el secretismo. Hasta la matemática
pura se resiente profundamente de ello, para impedir dar cualquier ventaja a
"colegas" que en realidad sólo se ve como competidores.
Es cierto que la cosa no viene de ahora, pues ya en la época de
los "colegios invisibles", e incluso mucho antes, se jugaba a los
enigmas y se mostraba información con cuentagotas; pero ahora, al echar el
resto en las aplicaciones, todo ha adquirido otra dimensión.
Probablemente incluso una demostración plausible de la hipótesis de
Riemann encontraría hoy obstáculos a su difusión ante el temor de que
pudiera servir para romper los códigos de seguridad, incluso si nadie ha dicho
cómo podría conducir a métodos de factorización más rápidos.
Y aunque no hay que preocuparse mucho por esa posibilidad,
permanece el hecho de que hoy importan mucho más las consecuencias del
conocimiento que el conocimiento en sí mismo.
Esto, a su vez, tiene más consecuencias que las propias
consecuencias del conocimiento.
Sin embargo, cuando más ominosas pueden ser las consecuencias,
como en la biotecnología por ejemplo, menos se cuestiona públicamente su
investigación.
Evidentemente, si la ocultación invade hasta la matemática pura, no hace falta
imaginar los niveles de opacidad en ciencias con intereses mucho más definidos,
de la física a la biología, la economía, la sociología, la matemática aplicada,
la estadística y el análisis de datos, las ciencias del comportamiento, etcétera,
etcétera.
Frente a quienes aún presentan la ciencia como una exploración independiente y
atrevida del mundo, sólo cabe reír; y sin embargo, no deja de ser cierto que
Occidente busca agotar sus posibilidades en un sentido muy concreto, con
exclusión de todos los demás.
En eso es sin duda coherente.
Dicho sentido es el proyecto de dominación de la Naturaleza y su completa
sustitución o eliminación. Y es en tal sentido que no se le puede permitir
triunfar, pues su triunfo comporta la destrucción de todos nosotros.
Lo cual no significa que "la Ciencia" busque
destruirnos, pues el mayor triunfo del poder rampante y la mayor derrota del
pensamiento es creer que no puede haber otra ciencia que la actual.
Las ciencias actuales, y el apunte hecho sobre la precesión de fase es
meramente un ejemplo, no pueden dejar de combinar un alto grado de tecnicismo y
sofisticación formal con un empirismo que en realidad sólo es oportunismo, y
donde se habla de comprensión en un sentido puramente instrumental.
Su presunta superioridad técnica o de medios sólo esconde una
incompetencia teórica inevitable, puesto que el sentido de la teoría se limita
a su capacidad de predicción.
Se ha discutido a veces, por ejemplo, si "el problema de la
conciencia" podría implicar aspectos exóticos como la coherencia quántica.
La mayoría de físicos y neurocientíficos consideran esto una posibilidad
remota, si no pura charlatanería.
Claro que la mecánica quántica no es universal, pero la mecánica
clásica tampoco.
En cambio la fase geométrica sí es universal, y está presente a
todas las escalas, pues todo potencial está entrelazado con independencia de la
mecánica en que se inscriba.
El logos occidental sigue sin salir del callejón sin salida creado entre Descartes y Newton,
y no sale de él, antes que nada, porque no quiere, porque la disposición que lo
impulsa es la oposición radical entre la inercia infinita del mundo material y
una conciencia como un agujero o singularidad independiente.
Sin esta oposición no hubiera llegado nunca tan lejos, para
empezar, por lo que no dejará de reclamar sus derechos.
La modificación de los principios de la mecánica que hemos apuntado termina
radicalmente con la separación o aislamiento de la Naturaleza, no menos que de
la conciencia.
La suma de fuerzas en cualquier punto es siempre cero, pero además
la suma de cualquier número de ceros también es cero.
Carece de sentido pensar que la conciencia puede localizarse:
lo que es inalcanzable en el
interior de uno mismo, mucho menos podría serlo fuera.
Y sin embargo la mecánica
relacional permite hacer las mismas o parecidas predicciones a las que llegó la
física moderna por muy diferentes vías.
Es muy probable que una física basada en el equilibrio dinámico
nunca hubiera alumbrado la hipertrofia de la tecnociencia actual, que si ha
llegado tan lejos ha sido a fuerza de grandes tensiones y desequilibrios.
Pero llegados aquí, no deja de ser cierto que es capaz de
trasvasar toda la masa de conocimientos acumulada a un nuevo lenguaje y una nueva
disposición, sin tener siquiera que hacer transformaciones abruptas que en
ciencia nunca tienen sentido.
Hay pez o no hay pez
La antítesis de la moderna teoría del control es el biofeedback, puesto que se
aplica al gobierno interno en lugar del externo y supone un rango de control
que no pasa por lo voluntario.
Se plantean varias preguntas de extremo interés e íntimamente relacionadas que
aquí solo cabe esbozar.
Queda para los investigadores iluminar debidamente la relación
entre los desplazamientos de fase, positivos y negativos, y la sincronización
cerebral o la coordinación motriz.
Por otro lado, aún están por identificar claramente presumibles
memorias de fase biológicas, que también puede afectar hasta cierto punto al
cerebro, como la del ciclo nasal bilateral, y su conexión con la volumetría
respiratoria o las fases del sueño.
Además, puede estudiarse la relación entre fases geométricas en
sistemas biológicos, sus señales pertinentes, y el biofeedback.
Pero en primer lugar habría que diseñar experimentos en los que la fase
geométrica adquiera relieve dentro de ciclos de acción y percepción humanos.
Se trata de estudiar si la presencia de esta memoria de
fase puede emerger en la conciencia, y las condiciones para que la
conciencia pueda apreciarla.
El equilibrio dinámico, su balance cero, está en todas partes y en ninguna.
Por tanto, aunque pueda admitirse su presencia en cualquier
movimiento, no hay nada específico que permita identificarlo o reconocerlo.
¿Es reconocible la fase geométrica
por la conciencia, si tiene lugar en los movimientos de nuestro cuerpo?
¿Evidencia alguna propiedad, más allá de las relaciones cuantitativas?
Son preguntas que pueden parecer muy extrañas, si se olvida la
ambigüedad irreducible que ha acompañado a este fenómeno en física desde su
detección.
El equilibrio dinámico es indiscernible, pero un exponente tan estudiado de la
fase geométrica como el efecto Aharonov-Bohm nos muestra claramente cómo una
partícula cargada "siente" o refleja el potencial incluso allí donde
los campos eléctrico y magnético son cero.
¿Puede un electrón percibir
fielmente esta circunstancia y que sea sin embargo inaccesible a mi conciencia?
Por descontado que no hablamos de escalas microscópicas, sino del
transporte paralelo en sí mismo.
En función del caso físico, su descripción e interpretación, una fase
geométrica puede verse como un trasporte paralelo, como una autoinducción, como
una curvatura o flujo de la forma simpléctica, como una intersección cónica
entre superficies potenciales de energía, como una transición entre
dimensiones, como una torsión o un cambio en la densidad, como una transición
de fase, como un punto de degeneración, como un potencial retardado, como una
resonancia, como un bucle, como un principio de esclavización, como un agujero
o singularidad de la topología del movimiento, o incluso de otras maneras que
no tienen por qué ser excluyentes.
Cuando mayor sea el equilibrio entre predicción y descripción, sin
que una prime sobre la otra, más crédito merecerá la interpretación de este o
cualquier otro fenómeno.
La fase geométrica suele tener una contribución a la fase global que suele ser
menor que la de la fase dinámica.
Esto, junto al hecho de su reconocimiento tardío, ha hecho casi
inevitable que se la subordine a unas ideas mecánicas que ya habían consolidado
su prioridad.
Sin embargo hemos visto algunos casos, incluso en el ámbito de los
seres vivos, en que la contribución no dinámica - al menos en el sentido
habitual- puede ser muchas veces mayor que la contribución dinámica estándar.
Sería interesante ver si también en el organismo humano hay lugar
para tamaños "desfases", y si la respuesta es positiva, qué cabe
concluir de ellos.
¿Hay algo no mecánico dentro de lo
mecánico?
¿Pero qué podría significar que
algo no es mecánico?
Esto puede tener muchas respuestas que nada tienen que ver con las
habituales discusiones sobre el determinismo y el indeterminismo.
Si podemos eliminar el principio de inercia y sustituirlo por el
principio de equilibrio dinámico, buena parte de lo que entendemos por
"mecánica" desaparece de un plumazo, e incluso cabe interpretar que
los cuerpos se mueven por su propio impulso sin incurrir en contradicción.
No se olvide además que este segundo principio es mucho más
económico y nos libra de una vez por todas de los escolásticos arbitrajes de
los marcos de referencia y demás convenciones.
Sin embargo la esencia de la mecánica no es la inercia, sino la constitución de
un sistema o circuito cerrado; y no hay sistemas cerrados sin el tercer
principio.
En los campos lo que se cumple no es el tercer principio sino la
conservación del momento o cantidad de movimiento.
En una mecánica relacional como la de Weber el tercer principio de
acción-reacción se cumple automáticamente y por definición. La ley de Weber no
describe un campo pero se transforma fácilmente en un campo integrando sobre el
volumen.
Es obvio que en las elipses de los electrones o los planetas el
tercer principio no puede verificarse, luego siempre queda la duda de por qué
se observan órbitas estables y cerradas.
La respuesta, tal como lo vio Nikolay Noskov, estaría en la resonancia,
pero esta no excluye la interacción - la emisión y la absorción - sino que más
bien definiría sus condiciones.
La correlación es la madre de la interacción, y el acoplamiento
por resonancia el principio efectivo de sincronización cuando no existe la
sincronización global impuesta desde arriba.
La analogía entre un campo físico y el campo de la conciencia no es del todo
gratuita.
Pero por campo físico se entiende una porción de espacio en la que
tiene lugar una determinada evolución en el tiempo; mientras que la conciencia,
tal como la hemos entendido en nuestros escritos, implica un contraste con el fondo
indiferenciado - el medio absolutamente homogéneo, con densidad unidad, de la
que resultan todas las modificaciones momentáneas.
Esto podría llevarnos a otros aspectos diferentes del equilibrio y
su formulación.
En cualquier caso, y en el presente estado de cosas, no es necesario llevar muy
lejos la analogía ni intentar cerrarla, puesto que, para la conciencia, el
asunto se reduce a si es capaz de percibir memorias de fase, directa,
indirectamente o como fuere.
Cuando se tenga una respuesta cierta para eso podrán plantearse o
no otras preguntas.
El tema es de indudable hondura puesto que permite cuestionar
nuestras ideas sobre la causalidad y su representación. También supone un
desafío encontrar su relación con el sonido y la música.
Hay incontables formas de equilibrio y para resumir nos hemos venido refiriendo
al equilibrio de suma cero, al de un producto unidad, y al que puede existir
entre la variación mínima de energía y la producción máxima de entropía.
En primera instancia, el primero afecta al movimiento mismo, el
segundo a la densidad con respecto al medio homogéneo, el tercero a un modo
alternativo al lagrangiano para las ecuaciones generales de la
mecánica.
La relación entre estos tres tipos de equilibrio pueden ser
infinitas pero encontrar su eje común no depende tanto de igualdades o
equivalencias algebraicas como del intangible equilibrio metodológico entre
descripción y predicción.
Ni que decir tiene, ninguno de estos cuatro modos de equilibrio
recibe mucha consideración en la física y la matemática modernas.
La mecánica, como estudio del movimiento en sistemas cerrados, es
una ciencia genuinamente mercurial, es decir, supone un reflejo virtual de algo
que no se mueve ni es extenso. Si no fuera por esto, ni sería inagotable ni
tendría el menor interés. Y es mercurial no por una vaga analogía, sino
enteramente y por la más profunda necesidad.
El movimiento ya es espíritu desapercibido, que como sistema
cerrado se ha separado de algo previo a la medida:
este es el camino del descenso...
Y el camino opuesto del ascenso es lo que antaño se denominaba
la obra del Sol, por más que esta abarque uno y otro.
La verdadera obra del Sol, lo más iluminador y recóndito de todo,
es la conciencia misma, y
si esto ni siquiera se sospecha no se ha podido ajustar mucho su ascenso y su
descenso.
***
A estas alturas, el secretismo de baja estofa en la ciencias
parece casi el menor de sus problemas, que por otra parte no vamos a pretender
solucionar.
Pero, para mí al menos, la ciencia en su conjunto carece de
cualquier valor si no tiene una íntima y genuina conexión con nuestro mundo
interior; tampoco la predicción por sí sola tiene valor para lo que aquí se
entiende por conocimiento.
Con todo no se trata de convertir las ciencias en algo más
subjetivo, puesto que la misma idea de lo mecánico ya tiene en nosotros un
exceso de subjetividad, de compulsión y celo civilizador sólo compensados por
el creciente embotamiento.
Ya se ha dicho, contemplar directamente que no existe la inercia en el mundo,
comprobar que es básicamente una sobredeterminación, es una meditación tan
profunda como pueda haberla, que no requiere por lo demás de ningún soporte ni
instrumento, ni ningún conocimiento especial.
¿Cómo puede uno sentir siquiera que
existe, si siempre hay un balance cero de fuerzas?, cabe preguntar...
Pero también cabe preguntar:
¿Necesita uno ser empujado para
sentir que existe?
Evidentemente, no... Sin embargo el balance cero existe
tanto si nos empujan como si no.
Hablamos de "Naturaleza" en singular pero igual podríamos hablar de
infinitas naturalezas.
Nuestros principios tienden a reducir esa infinitud a un solo
plano, del mismo modo que tratan de hacer de ese plano una nueva infinitud "a
la medida del hombre"; pero el hombre ya contiene en su interior todas
esas naturalezas sin necesidad de reducirlas.
El control de la Naturaleza como algo exterior nos esclaviza y
resulta en un descenso permanente y sin límite a la vista; sólo su armonización
en nuestro interior nos eleva y da nuestra verdadera medida.
Debería estudiarse el problema planteado con exquisito cuidado y el mayor de
los detenimientos.
El hecho de que la fase geométrica sea despachada en física con
semejante displicencia ya sienta un precedente claro sobre el tema. Lo nuevo se
subordina y se procura subordinar a lo viejo incluso cuando presenta la mejor
oportunidad de replantear una cuestión.
La misma teoría del electromagnetismo nos demuestra de forma
ejemplar que se puede utilizar una fuerza fundamental con el mayor virtuosismo
técnico no sólo sin comprender la mitad de su asunto, sino sin tener siquiera
interés por lo que haya podido quedar fuera.
Lo mismo vale para nuestra biología, nuestra ingeniería o nuestra mecanología.
Está claro que la moderna tecnociencia no trabaja para la
emancipación de lo humano, sino para su integración con las máquinas dentro de
un esquema ya definido; y por qué tendría que hacerlo si los que estamos fuera
de sus intereses tampoco nos preocupamos de ello, ni acertamos a dar con la
raíz de la cuestión.
Tanto el pensamiento como en el principio de instrumentación del que surge la
técnica pueden verse bajo un esquema ternario muy anterior al nacimiento de la
mecánica moderna; sin embargo ésta define un horizonte en el que el intento de
colmar sus vacíos y contradicciones, ni siquiera conscientes, cierra el círculo
de compulsión en el que nos movemos.
Disolver ese cerco hoy no puede depender más de la teoría que de
la práctica.
Tampoco conviene olvidar que la simple conducta humana y su observancia
consciente es superior a cualquier tecnología, que no tiene por sí sola el
poder de menoscabarla.
Pero a falta de consciencia, las tecnologías se emplean tanto para
tapar los agujeros en la conducta como para agrandarlos.
Hay una gran distancia entre el yo que aparece en el niño de 4
ó 5 años y el yo cartesiano dispuesto a medir el mundo, pero
ambos marcan etapas diversas de una oposición entre el yo y lo
otro que se retroalimenta.
Reencontrar el no-yo que no necesita reafirmarse frente a nada en
el seno de una lógica que parece diseñada para eliminarlo, abre una perspectiva
que sólo pueden valorar aquellos decididos a triunfar sobre esta civilización
material...